Este artículo forma parte de nuestra breve serie "La lavandería a través de los tiempos". La última vez, echamos un rápido vistazo a la fascinante evolución de la colada a lo largo de los siglos. En esta segunda entrega, analizamos las primeras pruebas de las prácticas de limpieza de la ropa que nos ha dejado la historia. ¡Que aproveche!
Prehistoria
Por definición, el periodo prehistórico es anterior a la historia documentada. Esto significa que, por desgracia, nuestros antepasados no nos dejaron ningún consejo práctico sobre cómo limpiar las pieles de mamut lanudo. Sin embargo, la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia y sabemos que los factores clave necesarios para lavar la ropa estaban presentes en la prehistoria:
En general, los humanos prehistóricos tenían acceso a sustancias limpiadoras naturales como arena, ceniza o grasa animal, así como a plantas con propiedades jabonosas; tenían acceso al agua en forma de ríos, lagos y manantiales naturales; tenían acceso a rocas y madera con las que golpear o frotar la ropa para deshacer las manchas; y tenían acceso al sol cálido para secarse al aire libre. Sin embargo, el estilo de vida nómada y a menudo precario de la época probablemente significaba que tener prendas limpias no era una preocupación importante.
Antigüedad
Las civilizaciones antiguas se interesaban más por la higiene que sus predecesoras prehistóricas. Los antiguos babilonios parecen haber sido los primeros en utilizar jabón natural; la receta más antigua está inscrita en una tablilla de arcilla de alrededor del 2800 a.C. Los antiguos egipcios utilizaban jabón elaborado con una combinación de aceites animales y vegetales y sal, junto con natrón, un álcali mineral que actuaba como agente purificador. En la antigua China, la ropa se lavaba con cenizas obtenidas de plantas y conchas, que servían como potente detergente natural.
Los antiguos griegos valoraban mucho la limpieza y se les atribuye la invención de una forma muy primitiva de ducha, pero fueron los romanos quienes acabaron dando nombre al jabón. Según la leyenda, el agua de lluvia que bajaba del monte Sapo, donde se sacrificaban animales, se mezclaba con grasas animales y cenizas de madera para formar una mezcla que resultaba beneficiosa para la ropa y la piel.
Pero los romanos no se detuvieron ahí: también desarrollaron el antepasado de la lavandería. Conocidos como fullónicas, estos establecimientos sumergían la ropa sucia en grandes cubas llenas de agua y orina, cuyo alto contenido en amoniaco funcionaba como limpiador natural, junto con natrón y diversos tipos de arcilla. Los trabajadores, llamados fullones, pisoteaban la ropa mientras estaba en remojo para extraer el máximo de impurezas. Después se escurrían, se secaban al sol, se cepillaban e incluso se blanqueaban con una fina tiza blanca llamada tierra de Cimol.
En conclusión, aunque los avances tecnológicos han hecho que el proceso de lavado sea más rápido y práctico que antes, el proceso en sí existe desde hace casi tanto tiempo como la ropa.